sábado, 11 de mayo de 2013

La contención y el sostén de la familia, luego del diagnóstico.

Con mi marido discutíamos días previos al parto, si íbamos a ocupar una habitación privada en la clínica, o una compartida. Llegó el día del parto y aún no lo habíamos decidido. Con el apuro que sucedió todo, aquel 25 de octubre, recién nos planteamos qué habitación elegiríamos, cuando la camilla que me transportaba a mi y a Almita, salió de la sala de partos. Recuerdo que con el gran dolor que teníamos, por la noticia recibida, con Claudio acordamos dos cosas: esperar a estar en la habitación para contarle la situación a la familia y ocupar una habitación privada, necesitábamos estar solos para empezar a procesar lo que estábamos viviendo.
Una vez que nos acomodamos, les pedimos a nuestros hijos Gonzalo y Sol, que pasen a conocer a su hermanita y fueron los primeros en recibir la noticia, les dijimos que había muchas posibilidades de que Alma tenga Síndrome de Down. Ellos lo tomaron con tranquilidad, saludaron a su hermana y la encontraron hermosa. Luego entraron las abuelas, estoy segura de que se les cayó el mundo encima, pero no lo demostraron, fueron muy contenedoras y se mostraron muy contentas. Así empezó la familia a ayudarnos a transitar estos momentos tan críticos. Al ratito, llegó mi hermana y su esposo, mi tía, los abuelos. Todos se veían felices, aunque se que estaban sumamente movilizados por la situación.
El día y medio que estuvimos en la clínica fue de continua compañía, nos hacían reír  elogiaban a nuestra niñita, la tenían en brazos, nos traían golosinas...por las noches, que fueron dos, nos quedábamos solos  y  ese era el tiempo para mirar a nuestra bebé, llorar y abrazarnos. Nos quedábamos dormidos con los ojos húmedos y deseando despertar y ver que todo había sido un sueño.
Pero no era un sueño, nuestra dulce bebé estaba en la cunita y se despertaba cada vez que venía la enfermera durante la madrugada, para controlarnos a ella y a mi y para ver como se prendía a la teta.
Me olvidé de muchas cosas que sucedieron esas primeras horas, pero recuerdo, que no podía sentir el orgullo de mamá que sentí con el nacimiento de mis otros hijos, y eso me duele profundo. Me felicitaban y sentía que no lo hacían con sinceridad. Cuando entraban las enfermeras, se mostraban serias y con cierto aire de compasión.
Por suerte, tempranito, ya empezaba a llegar la visita y el ánimo cambiaba, no había lugar para hablar de lo negativo, y si surgía algo, enseguida había una palabra o un abrazo o un chiste para cambiar la atmósfera.
Este acompañamiento de la familia, no terminó en el sanatorio; siguió durante los primeros días y meses...y hoy, luego de seis meses y medio, continúa. Todos adoran a Alma, pero no porque sea "especial", o un "angelito"(creo que estas palabras están empezando a desagradarme). Alma no es ninguna de las dos cosas, es una bebé, como cualquier otra. Lo que sucede y atrae tanto a la gente es su mirada luminosa, su sonrisa compradora y su ternura inmensa.
¡Gracias, gracias y gracias familia! por la compañía  por las sonrisas que nos robaron en momentos tan duros, por hacernos ver rayitos de luz en medio de la tormenta. Tormenta que no duró demasiado, las nubes se disiparon y nuestra bebé, nuestro sol, ocupó todo nuestro cielo. Ella no merece nuestras lágrimas, sino nuestra alegría más grande. Ella es la luz de nuestra vida y nosotros también seremos la de ella. ¡Te amamos hijita!


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